domingo, 28 de diciembre de 2014

Donde los sueños se ocultan. Capítulo 4


Capítulo número cuatro, chicos. 

Si no han empezado a leer mi historia pueden encontrar los capítulos anteriores ¡Aquí!






AL OTRO LADO DEL CRISTAL.

Miré por la ventana de nuevo y acuné el libro contra mi pecho… ¿Cómo era posible que mi vida se hubiera reducido a esto?

Trato de salir, pero no puedo, no puedo salir de esta niebla que oculta los colores de la vida, escapar de los pensamientos que aumentan mi desesperación, huyendo de las sombras de las letras que se marcan en mi piel, llorando por un quizás que no puede suceder.

Y sigo pensando, pensando en cómo era la vida antes, soñando con una vida después, construyendo razones que me ayuden a mover,o más bien, arrastrar mis pies. Pero ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo escapo del recuerdo que me persigue?

A pesar de todo, aun siento su presencia, esa que me visita acompañada de la culpa y ella grita que la soledad me embarga, me toma por los hombros y me sorprende despertando de una pesadilla a mitad de la noche…a mitad de tu reciente aparición en mis sueños.

Pensar, recordar, llorar y culparme. A eso se ha reducido mi vida.

Camino cada mañana para coger el bus que me llevará al trabajo y miro como la gente camina, imperturbables por mi presencia, sin notar que mis pasos son más lentos de lo normal, sin tratar de mirar más allá de la simple persona que les pasa a su lado. Nadie piensa en el por qué mis ojos están siempre rojos y mi corazón roto.

Lo entiendo, mundo. Ya lo capté. Mi vida se cae y aun así la tierra seguirá dando sus contantes giros alrededor del sol.

Esta mañana no fue la excepción.
Llegé al hospital y en seguida me fui a cambiar. En una parte oculta de los niños traviesos y los ojos del público, hay un pequeño cuartico de aseo. Entré.

Quince minutos después, estaba con un trapeador en la mano y una mente ida, limpiando los pasillos, antes de pasar a hacer el aseo en las habitaciones que me están asignadas.

Empecé la rutina nuevamente.

Escuché a las enfermeras hablar en sus puestos de  “Vigilancia”, al parecer en la madrugada murió un paciente y  tan acostumbradas que están a la muerte, hablan de esto como si estuvieran confirmando que ayer llovió. Algunos doctores hablan del creciente precio de la gasolina. Uno de mis compañeros comenta como le tocó faltar ayer al trabajo, arriesgándose a perder su empleo, porque lo atracaron cuando salía de su casa. Muchas voces que se escuchan a lo lejos, lamentos, algunas, quejas de mis compañeros, otras.

Hablan de todo el esfuerzo, las incontables horas separados de sus familias, tantos cumpleaños de sus hijos a los que no fueron, tantas navidades que se las pasaron en turnos y cómo sus sueldos no alcanzaban para pagar los colegios, la comida y el arriendo. 

Todo siempre ha sido así, siento el mundo diferente, siento que todo ahora es más gris, pero nada ha cambiado en el mundo, sólo he cambiado yo.

Colombia siempre ha sido así. O eso supongo. Sueldos bajos, servicios de salud insuficientes, violencia, pobreza y corrupción. Yo hasta ahora me percato de todo eso. Me dedicaba a llegar a mi trabajo temprano y  con buena disposición, pensando en las sonrisas que me esperaban en casa. Miraba los periódicos de reojo y apartaba la vista al ver la foto inhumada de un cuerpo sin vida en la primera plana…yo si me percataba como la gente ya no se admiraba de ver a alguien desangrado, tieso y helado cada mañana mientras leían el periódico y tomaban una taza de tinto y tal vez hasta comían un pan.

Pasaba por la vida pensando en positivo, dando gracias que nada de esas cosas tan malas que pasaban, en el país que tanto amo, no las sufría en carne propia.

Sí, tenía que sobrevivir con el bajo sueldo, soportar las constantes peleas con Martín, para que mandara algo de dinero para los niños, el divorcio me dejó un tanto desubicada. Había veces que tenía que vestir a mi pequeña niña con ropa regalada, momento en los que me encerraba a llorar en el cuarto, después de que los niños se iban a dormir, porque no había discutido con mi hijo, no podía pagarle la universidad a la que él quería ir.

Había días difíciles. Como todo. Luego llegaba a la casa preocupada de que tenía que pagar la factura de la luz y todo desaparecía cuando Brian entraba por la puerta, riendo a carcajadas con su amigo, Santiago. Los dos corrían en mi dirección y me saludaban con un beso en la mejilla. O cuando Luisa llegaba corriendo y se tiraba en mis brazos después de un fin de semana en la casa de su padre.

Por ellos todo se iba. Por ellos, las noticias en los periódicos, la muerte en el trabajo, el bajo sueldo, la violencia y la corrupción, dejaba mi mente. Nada de lo malo que pasaba me perturbaba completamente. No importaba…pero ahora no están.

No sólo veía a mis hijos, también veía lo bueno de vivir. La alegría de mi vecino, Cristóbal, mientras sacaba el equipo de sonido a la calle. La constante y divertida charla con la anciana que vivía en el segundo piso de mi edificio. Para ella sus nietos gemelos recién nacidos eran todo. Podía ver la felicidad de los pacientes cuando por fin eran dados de alta y se iban a sus casas. Podía ver la sonrisa en mi cara, cuando me miraba en el espejo, la alegría de las fiestas de mi tierra, lo festivo que eran los fines de semana y como la gente no dejaba de sonreír tan fácil mente. Colombia, era para mi alegría, amabilidad y unión, a pesar de todo. Ahora ni idea de donde estaba, porque ni siquiera sabía quién era yo. 

Hacía mi trabajo como una zombi, terminaba mi turno y almorzaba. Me iba a casa, limpiaba esta también, comía la cena y luego subía a su cuarto y lloraba hasta quedarme dormida, amanecía de nuevo y empezaba todo de nuevo.

Ansiaba dar por terminado mi día, sólo para ir a su cuarto, cerrar la puerta tras de mí y sentir que estaba más cerca de él. Para abrazar su almohada contra mí pecho y oler su perfume. Ansiaba quedarme perdida en ese momento y le tenía miedo al amanecer.

-¿Elena? – Escuche que alguien gritaba mientras tocaba a la puerta.

Ya era tarde y sólo quería abrazar el ejemplar original del código Da Vinci, contra mi pecho. Sólo quería que el mundo entendiera y se pusiera en pausa para mí.

Los golpes en la puerta se hicieron más fuerte y no tuve más remedio que atender a los alaridos tercos de la vida que no me dejaba sumergirme en la desesperación.
Caminé a la entrada y abrí la puerta.

Me quedé confundida cuando lo vi, asombrada incluso y también muy molesta por la interrupción.

-¿Qué haces, Martín? 

-Tenía que verte…

2 comentarios:

  1. ¡Primera seguidora! Ahora mismo no tengo tiempo, pero me pasaré en cuanto pueda a seguir leyendo tu historia, que promete... ¡Besos!

    http://casiunmillondehistorias.blogspot.com.es/

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Hola Inés, Muchas gracias! Espero tu comentario con respecto a mis escritos. En seguida te sigo. ;) Besos para ti también...

      Borrar